Por: Renson Said
Los colombianos tenemos la costumbre de cambiar el nombre de las cosas para cambiar la realidad. Y por eso es que la realidad no cambia, sino que nos arrasa. El narcotráfico, la delincuencia, el asesinato selectivo. Virgilio Barco decía que los tres mil muertos de la Unión Patriótica fueron responsabilidad de “fuerzas oscuras”, al margen de la ley. Pero el país entero sabía que eran paramilitares que actuaban en complicidad con los organismos de seguridad del Estado.
Ahora viene José Obdulio Gaviria a decir que aquí no hay conflicto interno sino terrorismo indiscriminado. Por eso es que la guerra no cesa. A una guerrilla campesina no se le puede dar el mismo trato político de un grupo terrorista. La guerrilla colombiana hunde sus raíces en el viejo conflicto de la propiedad agraria, un conflicto que no ha sido resuelto sino que se ha complicado con el cruce de balas de las partes implicadas. Es equivocado, entonces, comparar lo que no se puede comparar. Y aunque parezca una grosera reiteración, ese es el origen de nuestra miseria: de nuestra guerra. Hay que empezar por decir que las Farc no tienen el mismo origen ni la misma motivación de la ETA vasca, ni de los chechenos contra Rusia, ni del IRA irlandés, ni el de Al Qaeda afgano-saudí, ni mucho menos el de Hamás Libanés. Aquí todo comenzó (y aunque a muchos les parezca un mal chiste campesino) con el robo de unos marranos y unas aves de corral, como lo recordó Marulanda en el gobierno de Pastrana.
La guerra comenzó en el campo y se libra en el campo. ¿Dónde está Ingrid Betancourt? No está escondida en ningún apartamento al norte de Bogotá. Está en la selva, es decir, en el campo. ¿Dónde se cosecha la droga que alimenta la guerra campesina? En el campo. ¿Y quienes son los guerrilleros?: campesinos que tuvieron que armarse para defenderse de los abusos cometidos por otros campesinos que el ejército reclutaba para sus filas.
Una reforma agraria hubiera puesto fin a este conflicto. Pero en cambio, lo que se hizo fue reprimir a la fuerza las voces que desde el campo pedían eso que prometió López Michelsen y que nunca hizo: “cerrar la brecha”. La guerra se libra en el campo. Y esa guerra produjo como única opción posible de trabajo enfilarse en la guerrilla o en el paramilitarismo: dos grupos armados que se alimentan del único producto rentable que la guerra dejó en el campo: la coca.
El campesino que no esté en ninguna de estas dos organizaciones armadas está muerto o es un desplazado que roba y extorsiona en las ciudades para sobrevivir de alguna manera. Que ahora le llamen a eso terrorismo no es más que una distracción semántica para seguir matándonos. Por negar la historia es que estamos condenados a repetirla hasta el infinito.
via_libre19@hotmail.com
Comentarios